Los niños han encendido sus ojos de luz y la primavera ha convertido la flor de almendros en rosas y claveles. Quien más y quien menos ha estrenado un vestido, o unos zapatos, o un pañuelo, o una sonrisa nueva por el alma. Algunas palomas, desde las torres de los campanarios, han elevado sus alas en un vuelo lento, como un sueño de estrellas. Todo es verde en los campos y dorado en la ciudad. Hierba y piedra, olivo y palma, esperanza y amor: es Domingo de Ramos.
Úbeda acaba de entrar así en su domingo de deseos, y busca la mano cálida del hijo amante; muchos han llegado ya, otros vienen de camino, algunos preparan el equipaje nerviosos y ebrios de deseos inmensos, los demás se limpian las lagrimas por una ausencia de cemento que no puede romper más que el recuerdo vivo y la añoranza transparente.
Y llega una tarde que ríe en el centro de su estancia pero que llora para el horizonte del futuro; sabe que hoy es gozo para mañana ser llanto, sabe que hoy es grito jubiloso para convertirse después en grito de condena..., y la tarde, por ello, se adorna de colores, pero saca del baúl de sus horas el velo negro para airearlo sobre el tendedor de lo profético: Jesús es hoy la verdad, mañana un embustero; hoy un profeta, mañana un embaucador; hoy un rey, mañana un condenado.
El Borriquillo le llaman en úbeda. Francisco Palma Burgos es el autor y se volcó en la obra. Hizo un Cristo que en su silencio expresa todo un evangelio de pasión: ligeramente inclinado al tiempo que firme, con rostro pensativo pero sabio, con túnica sencilla pero elegante, con una mano sobre las riendas y con la otra señalando un no sé que camino a la eternidad. Mirar a este Cristo es sentir calor y frío, es un Jesús triunfante pero marcado con la lanza a fuego de nuestras constantes miserias.
( Texto.- Soledad Lázaro Damas. Ediciones Gemisa S.L).
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